La figura del crítico literario Emir Rodríguez Monegal (1921-1985) sigue provocando hasta hoy, a casi cuarenta años de su muerte, reñidas polémicas y acalorados debates. Integrante y tutor de la Generación del 45 uruguaya y guía teórico de los escritores del llamado boom de la literatura latinoamericana, vivió en un tiempo fecundo y complejo, convirtiéndose en protagonista de una época marcada por enfrentamientos y lealtades incondicionales.
Considerado por Carlos Real de Azúa como “el más importante de nuestros jueces culturales”, y “el escritor uruguayo con más enemigos”, Rodríguez Monegal fue silenciado en nuestro país durante años, siendo víctima de aquello que Lisa Block de Behar ha caracterizado como la ejecución de una muerte nunca anunciada, una especie de “crimen perfecto” en el que no se menciona ni el crimen ni los victimarios ni sus víctimas, y el delito cuenta a su favor con el silencio, “con un silencio de muerte”.
“He vivido tantos vuelcos y vueltas desde mi nacimiento en la ciudad fronteriza de Melo que a veces pienso en mí como una combinación extraña de espectador y actor mirando una obra de la que simultáneamente soy crítico y realizador”, dijo Rodríguez Monegal en una entrevista de 1983. Y la conjunción de esos múltiples roles es acaso la forma más certera de acercarnos a su vida y a su obra, síntesis y símbolo de un país y de un tiempo.
Movida por una historia policial en la que un incierto biógrafo de Rodríguez Monegal es asesinado en un pequeño hotel de la Ciudad Vieja, y abierta una investigación por un comisario, un par de periodistas y la viuda de la víctima, Hugo Fontana transforma esta novela en una excusa para adentrarse en la vasta obra del notable intelectual, que murió lejos de su país pero no sin antes despedirse de sus amigos más queridos y de sus rincones más amados.