Una guía para el futuro
«¡Camaradas! Tras el accidente en la central nuclear de Chernóbil hemos analizado minuciosamente la radiactividad de los alimentos que ingerís y del territorio en que residís. Los resultados demuestran que ni adultos ni niños corréis peligro alguno por trabajar y vivir en dicho territorio». Así comenzaba un folleto publicado por el Ministerio de Salud de Ucrania. Era uno de los muchos manuales engañosos que, con aparentes buenas intenciones, subestimaron seriamente las consecuencias de la catástrofe nuclear. Después de 1991, organizaciones internacionales como Cruz Roja o Greenpeace trataron de ayudar a las víctimas, pero se vieron bloqueadas por unas circunstancias políticas postsoviéticas que no entendían. Diplomáticos internacionales y científicos aliados con la industria nuclear evadían o negaban el hecho de que se estaba produciendo un desastre de salud pública a gran escala causado por la exposición a la radiación. El número oficial de muertos oscila entre 31 y 54 personas. En realidad, la exposición a la radiación causó entre 35.000 y 150.000 muertes solo en Ucrania. Ningún estudio internacional midió bien el daño, lo que ocasionó que décadas después los líderes japoneses repitieran muchos de los mismos errores tras el desastre nuclear de Fukushima en 2011.