A 100 años de su primera aparición, Las lenguas de diamante conserva intactas la fragancia y la frescura que asombraron a muchos en la época y desconcertaron a otros más adelante. Más allá de los gustos y los estudios académicos es indudable que con este libro Juana de Ibarbourou se instaló para siempre en un sitio de privilegio en la literatura de lengua española. Los motivos son varios y variados. Supo interpretar, como pocos, la sensibilidad no de una sino de varias generaciones. Es un libro que se consustanció de manera indeleble con la sensibilidad de su época. Pocas veces el vigor, la energía, el entusiasmo y la trasgresión se vieron tan reflejadas como en estos versos, y en medio de una naturaleza poderosamente uruguaya y criolla, porque entre estas estrofas se ha colado un aire de nítida espontaneidad, o apariencia de tal, gracias al artificio del Arte, que dice las cosas por su nombre. Nunca antes nuestros yuyos, plantas y flores silvestres habían sido nombrados con tanta claridad ni fueron escenario de tanto sentimiento amoroso despojado de toda culpa o idea de pecado. Acá se ama con la naturalidad del instinto y con el goce sensual de una palabra que exalta tanto la caricia como la piel, tanto la voz como el silencio, la sombra como la luz. Y lo hace sin reparo alguno. Escandalosamente.
Jorge Arbeleche