Es Día de Muertos y Geoffrey Firmin pasea por las cantinas de Quauhnáhuac mientras dos volcanes, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, se asoman como trágico recordatorio de la crisis que tiene con Yvonne, quien acaba de regresar a México como último recurso para evitar la caída de su matrimonio y de Firmin, su esposo.
En 1947 Malcolm Lowry publicó en lengua inglesa una de las obras fundamentales para las letras mexicanas: Bajo el volcán, una suerte de premonición que deviene en profecía, el relato delirante de un hombre arruinado por el alcohol, de los amantes fuera de su elemento, su Edén… Quauhnáhuac es esa ciudad tempestad -tan real como imaginada- de tabernas para beber hasta la sobriedad, de perros callejeros, de indígenas moribundos, de calles serpenteantes por las que desciende una procesión durante el Día de Muertos. Una ciudad poética, el mito de la autodestrucción dominado por dos volcanes y esgrimido por medio de la cábala y el mezcal.