Los criollos de la Redota se veían a sí mismos como parte de una guerra civil entre españoles, los nacidos en América contra los nacidos en Europa, liberales contra absolutistas. En cambio, desde 1815, la voz de la revolución artiguista fue otra muy distinta, hablaba en el lenguaje de los guaraníes de 1750 y los tupacamaristas de 1780. Un viraje político e ideológico totalmente pasado por alto en la versión institucionalizada de la historia.
Asustados por la montonera expropiadora de latifundios, los «decentes y principales» se pasaron al enemigo. Su traición fue decisiva para derrotar al artiguismo e imponer el orden social y político que necesitaban los intereses británicos. A fines del siglo XIX, a fuerza de cepo y rejas completaron la traición y le dieron forma de una república liberal, representativa, con separación de poderes.