Y además, es un actor inmenso…
Cuando lo conocí, yo tenía apenas diez años y él era el galán por excelencia de la Comedia Nacional. Los azares de la vida me llevaron a interpretar un papel de niño, allá por 1972, en el drama histórico 1810 de Yamandú Rodríguez, donde Juan Jones encarnaba al protagonista. O sea que puedo sostener con convicción que si el dulce veneno del teatro fue inoculado en mí en aquella primera experiencia artística, fue gracias a una admiración parecida a la adoración que me despertó ese prohombre de la escena.
Pero a esa altura Juan ya había alcanzado distintas cumbres. Consultando el Diccionario biográfico del teatro uruguayo, de Jorge Pignataro Calero y María Rosa Carbajal, me encuentro con que egresó de la primera promoción de la EMAD en 1953, y luego se especializó en Italia. En 1960 fue co-fundador del mítico Teatro de la Ciudad de Montevideo (TCM) y lideró su propia compañía en 1966 (algo de esa peripecia puede leerse entrelíneas, crípticamente, en algún poema que integra estas páginas). Por esos tiempos actuó también en televisión, en aquel mítico Escenario 12 y en su propio ciclo de unitarios, titulado Teatro de Juan Jones. Los más veteranos cuentan (yo era muy chico para haberlo visto) que en aquella época de oro de la televisión nacional, Juan llegó a interpretar Calígula de Albert Camus, bajando por la escalinata frontal del Palacio Legislativo con una capa inmensa… (Uno no logra explicarse qué bomba neutrónica de la cultura explotó en este país cuando setenta años después la producción televisiva nacional se reduce en gran medida a programitas de sorteos y entretenimientos).
Hizo radioteatros, fue docente de la EMAD y en la Universidad de Costa Rica. Tiene en su haber centenares de interpretaciones teatrales a lo largo de más de cinco décadas. Con el mismo rigor interpretativo, se adueñaba de un personaje de Sófocles, Shakespeare, Lope y Calderón, como componía uno arriesgado y exasperante de Jean Genet.
«Un animal de teatro» se decía en aquellos tiempos de los actores como él.
En 1982 descolló en el Galileo Galilei de Brecht, dirigido por Héctor Manuel Vidal, que se convirtió en un símbolo de resistencia cultural contra la dictadura de aquellos tiempos. Fueron muy impactantes los múltiples roles que interpretó en aquella obra de Eduardo Sarlós de título
interminable: Escenas de la vida de Su Majestad la reina Isabel la Católica, en versión teatral del Almirante Cristóbal Colón (1991), uno de los premios Florencio de Actor de reparto mejor dados de que se tenga memoria. Actuó en varios y sucesivos Nostalgeses, entrañables espectáculos de tango y poesía. Y a partir de 2002, recorrió el mundo entero con un unipersonal en el que se dirigió a sí mismo, Sensaciones.
Lo paradójico es que Juan todavía nos debe el libro donde cuente ese fecundo derrotero profesional. En este opta por un camino bien diferente: el de invitarnos a asomarnos a su interior: aforismos donde resume y entrecruza las verdades inmanentes de credos milenarios, ilustraciones cargadas de misterio y poemas que revelan su armonía existencial con un universo ancho, pero no ajeno.
Por eso lo del título.
Quienes no conozcan a Juan, se dejarán atrapar por la poesía y filosofía profundas de estas páginas. Y quienes hayan tenido, como yo, el privilegio de verlo y admirarlo sobre un escenario, recordarán que con ese escritor convive un artista de la escena que dejará para siempre una huella indeleble en sucesivas generaciones. Con este libro descubrirán al otro Juan Jones, o tal vez al verdadero, despojado de la máscara actoral y perseguidor del misterio insondable de la vida.
Álvaro Ahunchain