“Vacío, nombre de una carne es una pieza excepcional en ese sentido. Y más: un paso adelante en la clave material de su encarnación. En él los versos apuestan a “dejarse
ir entre rápidos”; precisan de esa energía que les resulta inevitable, pues de lo contrario no habrá mundo, para Milán, en la plenitud de un mero referir. Al contrario, sólo se trataría, si así fuera, del cadáver de la poesía, del lenguaje y del mundo. Pero Vacío, nombre de una carne es por sobre todo un nuevo darse de la resistencia a la cosificación de palabra y realidad extra-palabra (una y otra son contiguas y simultáneas), porque el vacío es el nombre de una carnadura que precisamente pelea la amenaza de ausencia. Como en los cortes cárnicos del Uruguay, el vacío es una carne, sabrosa, dramática en su jugo y en su juego. De ahí el brillo inagotable de su intemperie, su metáfora nuestra,
su refundación tan suya, de Eduardo Milán, en la que nos leemos, al calor de las brasas que queman.” (Hebert Benítez Pezzolano)