En Paso Chico los dueños de las calles son el barro y los perros. Marga nació hace trece años y nunca fue más allá del río. El pueblo es una trampa en la que un buen día cae Recio, aparecido abajo del sauce a la hora de la siesta. Los pescadores lo vieron llegar, dicen, quién sabe de dónde. Los días de Marga y Recio se cruzan y se descruzan caprichosos, con una sordidez contenida, casi que desapercibida, como es la violencia de estos personajes que, en su primera novela, Eugenia Ladra pone a vivir a través de sus propias voces. La belleza, que parece esquiva en Paso Chico, se derrama casi sin querer en cada frase de Carnada. «En las calles solo había aguaciles muertos, y en las casas el letargo estaba apoyado en todas las cosas, incluso las que todavía intentaban movimiento: la señal de los televisores yendo y viniendo, los ventiladores girando sobre sí mismos y las respiraciones calmadas de los gurisitos dormidos.