La singularidad del Uruguay ha sido un tema muy debatido en la historia de América Latina. Este pequeño país, sobre todo si se le observa entre Argentina y Brasil, a menudo ha sido percibido como un laboratorio de experiencias singulares. En los siglos coloniales, la colindancia entre el imperio portugués y el español otorgó a este territorio un perfil de frontera que encontró continuidad en la larga disputa que enfrentó a sus gigantescos vecinos durante el siglo XIX y parte del XX.
En las primeras décadas del siglo XX, luego de la derrota de la revolución liderada por José Artigas, la entonces Banda Oriental del Río de la Plata devino Estado nacional. Tierra de inmigrantes, de cruentas guerras civiles, de indios, negros y gauchos, de caudillos y doctores, en ese Uruguay se acuñaron proyectos reformistas que a inicios de siglo XX perfilaron un acuerdo básico en torno a los valores de la democracia política y a la necesaria construcción de un Estado social de perfiles integradores.
Con más disputas de lo que se cree, el Uruguay moderno trazó algunas líneas de larga duración que han marcado la autopercepción mayoritaria de los uruguayos: la pretensión de construir una avanzada de la civilización europea distante de los clásicos perfiles latinoamericanos; una nación con una perdurable primacía del Estado por sobre la sociedad civil y el mercado, hiperintegrada, algo provinciana y autocomplaciente, adversa a la implantación de los populismos clásicos; un país con una potente laicidad de temprana construcción con una sociedad de talante más republicano que liberal.
Este libro, con todo el rigor del conocimiento histórico, explica estas grandes líneas del pasado uruguayo a través de una sintética narración sustentada en una cuidadosa selección de procesos, acontecimientos y actores que se despliegan a lo largo de casi cinco siglos. Se trata de una síntesis tan honesta como debatible, construida desde una perspectiva crítica y plural.